domingo, 15 de enero de 2017

Ultima etapa

Última etapa

Canto general es un libro complejo, con toda la grandeza que tiene la poesía de Neruda, pero a la vez con todo el lastre que lleva siempre la poesía comprometida. A partir del Canto la obra de Neruda parece emprender un nuevo rumbo. Desde Todo el amor (1953), poema puramente amoroso, pasando por Las uvas y el viento (1954), que levantó polémicas (lo escribió en Capri y canta “la libertad del viento, la paz entre las uvas”, con absoluta sencillez y sin olvidarse de sus ardientes alusiones políticas), parecía en busca de un nuevo tono que se afirmó en las Odas elementales (1954) y en Nuevas odas elementales (1955), obras que inician una especie de tercera época en la poesía nerudiana, En un lenguaje perfectamente accesible, Neruda se convierte en un poeta sencillo y afable que celebra los seres humildes y los objetos cotidianos. Como indican sus títulos, el autor canta las cosas simples y elementales: la alcachofa, el cobre, la cebolla, el caldillo de congrio, el hilo, la madera, la pobreza, el tomate, el traje, el aceite, los calcetines, el jabón, la lagartija, la papa.
Parece como si las cosas desvencijadas, polvorientas, en estado de desintegración, que aparecían en Residencia en la Tierra, cobraran de pronto su plena personalidad, afirmaran su ser, su necesidad de existir. Neruda llega en estas Odas a la total conquista de lo objetivo. El poeta las canta en función de la necesidad que tiene el hombre de ellas y, por tanto, estas Odas son auténtica poesía social. Les queda todavía algo del aire marcial del poeta de Tercera residencia y de Canto general. Y junto a los temas enunciados encontramos desarrollados otros que parecían insospechables: el aire, el amor, la flor, la claridad, el día feliz, la alegría, la esperanza, el otoño, la poesía, la sencillez, la tranquilidad, el verano, la vida, las estrellas, la luna.
Una de las odas que mejor explican esta transformación del poeta es la titulada “Oda a la alegría”: “Te desdeñé, alegría. / Fui mal aconsejado. / La luna / me llevó por sus caminos. / Los antiguos poetas / me prestaron anteojos / y junto a cada cosa / un nimbo oscuro / puse / ... equivoqué mis pasos / y hoy te llamo, alegría. / ... ¡Contigo por el mundo! / ¡Con mi canto! / ... No se sorprenda nadie porque quiero / entregar a los hombres / los dones de la tierra / porque aprendí luchando / que es mi deber terrestre / propagar la alegría. / Y cumplo mi destino con mi canto”. Algunas de estas odas son puros juegos, otras son exaltaciones de la naturaleza americana (especialmente las dedicadas a los pájaros).

Neruda empieza narrando un hecho minúsculo para ascender, a través de una expresión sencilla y de un metro corto, a deslumbrantes comparaciones; así en “Oda al libro” (II): “Libro / hermoso, / libro / mínimo bosque, / hoja / tras hoja, / huele / tu papel / a elemento, / eres / matutino y nocturno, / cereal, / oceánico...”. Algunas de estas odas están dedicadas a poetas: a César Vallejo, a Jorge Manrique, a Rimbaud y a Walt Whitman. He aquí cómo interpreta a Jorge Manrique: “Adelante, le dije, / y entró el buen caballero / de la muerte. / Era de plata verde / su armadura / y sus ojos / eran / como el agua marina. / Sus manos y su rostro / eran de trigo. / ... tus estrofas. / De hierro y sombra fueron, / de diamantes / oscuros / y cortadas / quedaron / en el frío / de las torres / de España, / en la piedra, en el agua, / en el idioma”. Y Neruda contrapone su estilo al del clásico, a quien hace afirmar que si ahora cantara de nuevo, “No a la muerte / daría / mi palabra”...”Es la hora / de la vida”. Frente a la actitud de Residencia en la Tierra, las Odas elementales son una afirmación de vida y de esperanza y se cuenta entre las obras más valiosas del gran poeta chileno. A fines de 1957 apareció en Buenos Aires el Tercer libro de Odas elementales, que sigue la tónica que caracteriza los anteriores.
Con una tendencia a superar el hermetismo de sus primeros libros e inclinado a la simplificación, pero sin rehuir los temas políticos, su obra siguió enriqueciéndose con nuevos títulos: Nueva residencia en la tierra (1956), Estravagario (1959), Navegaciones y regresos (1959) y los Cien sonetos de amor (1959) dedicados a Matilde Urrutia. Ya en 1957 se habían publicado en Santiago de Chile sus Obras completas, en un lujoso tomo de 1265 páginas que, según Homero Castillo, se consideró “el acontecimiento editorial del año”.
Le siguieron, ya en la década siguiente, Canción de gesta (1960), Piedras de Chile (1961), Plenos poderes (1962), Memorial de Isla Negra (1964), Artes de pájaros (1966), Una casa en la arena (1966) La Barcarola (1967) y Las manos del día (1968). De 1967 es la obra teatral Fulgor y muerte de Joaquín Murieta. Sus últimos volúmenes publicados fueron Fin del mundo (1971), La espada encendida (1971), Las piedras del cielo (1971) e Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena (1973). Entre sus obras póstumas merecen destacarse sus memorias, Confieso que he vivido, que fueron publicadas en 1974.

ERNESTO CARDENAL

Ernesto Cardenal (Granada, Nicaragua, 1925). Poeta nicaragüense. Poeta revolucionario y sacerdote católico, se dio a conocer con la obra El corno emplumado. Comprometido políticamente con los conflictos sociales de su país, desde 1954 participó en las luchas contra el dictador Somoza, y posteriormente fue ordenado sacerdote, tras lo cual residió durante un tiempo en un monasterio de Estados Unidos. Esta reclusión religiosa supuso para el poeta un oasis de serenidad frente a la deslumbrante ciudad moderna. De regreso en Nicaragua fundó una comunidad en la isla de Solentiname. Su poesía, reflejo de su radicalismo personal, denunció el sufrimiento y la explotación de las llamadas repúblicas bananeras, temática que centra su Canto nacional. También se aproximó a las ideas de la teología de la liberación, las cuales se dejan entrever en sus poemarios Salmos, de 1964, y Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, de 1965.
Ernesto Cardenal ingresó en 1935 en el Colegio Centro América de los Jesuitas en Granada, donde estudió el bachillerato. Cursó luego filosofía y letras en la Universidad Nacional Autónoma de México, graduándose en 1947. Entre 1948 y 1949 hizo el posgrado en la Universidad de Columbia, Nueva York. Discípulo de J. Coronel Urtecho, integró la llamada “Generación del 40” junto con los poetas E. Mejía Sánchez y C. Martínez Rivas. Viajó por Europa y en 1950 regresó a Nicaragua. Empezó a escribir sus poemas históricos y a traducir con Coronel Urtecho poesía norteamericana, hasta formar una voluminosa antología.
En 1952 fundó una editorial exclusiva del género, El hilo azul, y en 1954 participó en un movimiento armado que intentó asaltar el Palacio Presidencial, que fue conocido como la Rebelión de Abril. En 1956 escribió su extenso poema político “Hora cero”. Pero ese año cambió el rumbo de su vida: resolvió profesar e ingresó al Monasterio de Nuestra Señora de Gethsemani, en Kentucky, Estados Unidos, donde Thomas Merton fue su maestro y mentor espiritual. Continuó sus estudios religiosos en México y en Colombia.
Ordenado sacerdote en Managua en 1965, viajó a Estados Unidos para planear la creación de una pequeña comuna contemplativa en Nicaragua, que fundó al año siguiente en el archipiélago de Solentiname. En 1970 visitó Cuba, relatando su experiencia de la revolución en el libro En Cuba. También conoció los procesos del Perú y Chile. En octubre de 1977, cuando se inició la primera ofensiva insurreccional, participaron en ella como guerrilleros un grupo de jóvenes de Solentiname, que asaltaron el cuartel San Carlos, por lo que la Guardia somocista destruyó su comunidad y Cardenal fue condenado en ausencia a muchos años de prisión. En 1979, con el triunfo de la Revolución Sandinista, fue nombrado ministro de Cultura, cargo que desempeñó hasta 1988.
La obra de Ernesto Cardenal es coloquialista y a la vez profundamente lírica. Su poesía, una de las más sólidas y reconocibles de América Latina, se sustenta en el legado del modernismo norteamericano (sobre todo Pound y Williams), pero con otras influencias como la cultura popular o las tradiciones religiosas y científicas, a través de un verso claro pero de gran impacto.
Perteneciente a un brillante grupo de poetas entre los que destacan Coronel Urtecho, P. A. Cuadra y Joaquín Pasos, ya en sus primeros libros, La ciudad deshabitada (1946) y El conquistador (1947), muestra su inclinación hacía una poesía narrativa y épica. Fue decisiva, para su futura poesía, su lectura de Ezra Pound. En verso libre, con una ironía y un sentido mágico de lo cotidiano, su mejor poesía capta la intensidad alucinante de la vida moderna y se inspira en motivos de su compromiso cívico y en sus experiencias religiosas: Hora cero (1960), Epigramas (1961), Gethsemani Ky (1960) Salmos (1964), Oración por Marilyn Monroe y otros poemas (1965), El estrecho dudoso (1966) y Homenaje a los indios americanos (1969).
A partir de los años setenta su poesía se radicaliza y se vuelve primordialmente instrumento de la acción política: Canto nacional (1972), Oráculo sobre Managua (1973), Tocar el cielo (1981) y Vuelos de victoria (1984). Entre sus últimos libros de poesía se encuentran Cántico cósmico (1989), Los ovnis de oro (1992), Telescopio en la noche oscura (1993), Antología nueva (1996) y Vida en el amor (1997). Como ensayista son destacables el volumen dedicado a La poesía nicaragüense de Pablo Antonio Cuadra (1973) y Cristianismo y revolución (1974). En 1998 se publicó el primer volumen de su autobiografía.

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